La Habana, con su malecón abrazando las olas del Caribe y sus calles empedradas llenas de historias, fue un refugio para muchos, pero pocos dejaron una marca tan profunda como Ernest Hemingway. El afamado escritor estadounidense encontró en esta ciudad no solo inspiración, sino también dos puntos de encuentro que trascendieron el tiempo: El Floridita y La Bodeguita del Medio.

Desde su llegada a la capital cubana en la década de 1930, Hemingway se sumergió en la vida local con la misma intensidad que en sus novelas. Entre sus refugios predilectos, El Floridita destacaba no solo por su ubicación estratégica en La Habana Vieja, sino por sus célebres daiquirís. Fundado en 1817 y conocido inicialmente como La Piña de Plata, este bar adquirió su nombre actual en 1914 y pronto se convirtió en el rincón favorito de Hemingway. Con su barra de mármol y el característico ambiente colonial, El Floridita ofrecía al escritor un espacio para la reflexión, la escritura y, por supuesto, la degustación de sus daiquirís. La relación del autor con este lugar fue tan estrecha que incluso hoy una estatua de bronce de Hemingway, de pie al final de la barra, parece esperar su próximo cóctel.
Pero la historia no termina en El Floridita. La Bodeguita del Medio, otro de los lugares frecuentados por el Nobel de Literatura, ofrece una cara distinta pero igualmente encantadora de La Habana. Fundada en 1942, La Bodeguita del Medio se convirtió en el epicentro de la bohemia habanera. Aquí, entre paredes llenas de grafitis y fotografías históricas, Hemingway encontró el ambiente perfecto para disfrutar de sus mojitos, otra de sus bebidas predilectas. La leyenda dice que, en este bar, entre sorbos y conversaciones, el escritor dejó grabada una de sus frases más célebres: «Mi mojito en La Bodeguita, mi daiquirí en El Floridita». Este testimonio se ha convertido en parte del folclore cubano, inmortalizando la presencia del autor en la isla.
«El Floridita y La Bodeguita: Los refugios de Hemingway en La Habana»
El encanto de ambos lugares no radica únicamente en su historia, sino en su capacidad de transmitir la esencia de La Habana que enamoró a Hemingway. En El Floridita, la elegancia del pasado sigue viva en cada rincón, mientras que en La Bodeguita del Medio, la autenticidad cubana se respira con cada trago. Ambos bares, con sus particularidades y semejanzas, no solo formaron parte del recorrido cotidiano del escritor, sino que también se convirtieron en símbolos de una era en la que La Habana era un crisol de culturas y personajes.
La huella de Hemingway en estos lugares es imborrable. Al visitar El Floridita y La Bodeguita del Medio, uno no puede evitar imaginar al gran escritor sentado en su rincón favorito, mirando la vida pasar mientras buscaba las palabras perfectas para su próxima obra. Estos rincones, aún vibrantes y llenos de vida, nos permiten conectar con el espíritu de un hombre que encontró en La Habana una segunda casa y que, a través de sus escritos, nos invita a descubrir la magia de esta ciudad. La Habana, en la pluma de Hemingway, siempre será un lugar donde el tiempo parece detenerse, pero donde cada trago y cada historia nos transporta a un mundo de aventuras y descubrimientos.
Así, El Floridita y La Bodeguita del Medio no son solo paradas turísticas, sino santuarios de la memoria, donde cada visitante puede sentir un poco del alma de Hemingway y entender por qué, en sus propias palabras, esta ciudad era «su lugar en el mundo».